Los 4 Fantásticos

El que Los 4 Fantásticos fuera la creación que abanderara el nacimiento del Universo Marvel, allá por 1961, la convierte en una rara avis dentro del mundo de los superhéroes. En aquella época, el cómic estadounidense languidecía en lenta agonía. Quedaban atrás los buenos tiempos de la Edad de Oro, en que los grandes justicieros contra el crimen vendían millones de ejemplares cada mes. A caballo entre los años cincuenta y los sesenta, la proliferación de géneros, desde el romántico al western, pasando por el terror o la ciencia ficción, indicaban una búsqueda que no acababa de ofrecer buenos resultados. Stan Lee se encontraba tan decepcionado de una industria en la que llevaba ya varios lustros trabajando que aceptó a regañadientes el reto que le lanzó su jefe Martin Goodman de crear un título que emulara a la recién nacida Liga de la Justicia de América, publicada por otra editorial. Sólo la sugerencia, que le hizo su esposa, de que intentara hacer el tipo de cómic que a él le gustaría leer, ayudó a que el escritor no tirara la toalla. Y eso que salimos ganando, porque Los 4 Fantásticos cambiaron el curso de la historia.
Estaba todo por inventar, con lo que el nuevo concepto se “contaminó” de todo lo que ya existía, desde las sagas sobre monstruos hasta las historias de anticipación publicadas en los pulp, desde la aventura clásica hasta las películas de serie B. Fue la inteligente combinación de esos elementos, sumada a la humanidad que Lee supo dar a sus criaturas y al impresionante arte de Jack Kirby, lo que convirtió a La Primera Familia Marvel en algo no sólo distinto a cuanto había, sino también revolucionario.
Porque Los 4 Fantásticos podían proteger la ciudad y salvar el universo, pero no utilizaban trajes de colores: sus uniformes de trabajo no llegaron hasta el tercer episodio, y en ellos predominaba la funcionalidad sobre el excentricismo. No había tampoco máscaras que reflejaran ninguna identidad dual. Por el contrario, Reed, Sue, Ben y Johnny eran verdaderas celebridades cuyas andanzas las seguía un nutrido público ávido de novedades. Nada podía encontrarse en sus aventuras sobre bases secretas, ni de reuniones ceremoniosas alrededor de una mesa, ni de reglas de trabajo más propias de los boy scouts que de adultos. De hecho, Los 4 Efe peleaban entre ellos muy a menudo. Y tampoco su aspecto era el de los musculosos guerreros de otras series. Reed Richards peinaba ya canas… ¡Y Ben Grimm era uno de esos monstruos contra los que combatían los protagonistas de los grandes títulos!
Pero por encima de todas esas consideraciones, la dinámica de sus aventuras se posicionaba en el lado opuesto de lo que pudiera haberse leído hasta entonces. Los 4 Fantásticos se movían sobre la dualidad de una familia disfuncional (mucho antes de que las familias disfuncionales formaran parte de la tónica de nuestra sociedad) y de unos exploradores de lo ignoto. Detengámonos un poco más en ambos aspectos. En el centro de esa familia tenemos a la pareja (primero novios, luego matrimonio) formada por Reed y Sue, quienes no tardarían en tener un hijo, Franklin, al que años más tarde se sumaría Valeria; a su vez, Sue y Johnny son hermanos, mientras que Ben no guarda relación de parentesco con ninguno de ellos, pero se erige como alma de Los 4 Efe, el pegamento que hace que todos permanezcan unidos. Frente al aspecto pétreo de La Cosa, su corazón no ofrece sino bondad y ternura hacia los suyos.
Y por otro lado tenemos la vertiente aventurera del equipo, donde la pieza fundamental es el verdadero poder de Mister Fantástico, que no es otro que su inigualable inteligencia, la que le lleva a concebir una tecnología tan fabulosa que rivaliza con la magia y a embarcarse, a sí mismo y con él a sus compañeros, en inusuales viajes de descubrimiento, ya sea de lugares, dimensiones o planetas. No es la función de Los 4 Fantásticos la de vérselas contra malhechores, por mucho que sus circunstancias les lleven a hacerlo, sino la de ensanchar los límites de cuanto se conoce… Pero que el lector no espere en sus aventuras una ciencia-ficción de lo posible, una lectura de aquello con lo que un día se encontrará la humanidad, sino una fantasía desbocada en la que cualquier cosa puede ocurrir.
Con esos mimbres, Lee y Kirby compusieron, a lo largo de más de cien episodios publicados a lo largo de toda la década, una portentosa sinfonía preñada de grandes conceptos, que marcaría el camino a seguir por sus pioneros, quienes por fuerza tendrían que comparar su trabajo con el legado de los creadores. Entre los que siguieron los pasos de Stan y Jack, hay un puñado de autores que tienen una posición destacada en la historia de La Primera Familia, como por ejemplo Roy Thomas, John Buscema, John Byrne, Walter Simonson o Carlos Pacheco. Ya en los últimos años, la etapa clave que ha sabido recapturar la magia de antaño ha sido la realizada por Mark Waid y Mike Wieringo entre 2002 y 2005, cuyo arranque contiene este volumen.
Waid figura entre los guionistas que, a finales de los años noventa, devolvieron el orgullo y la calidad a los superhéroes, con obras como Kingdom Come, o en sus etapas en Flash y Capitán América. En ellas, y frente a la ausencia de ideas de épocas precedentes, reivindicaba el optimismo y la inteligencia como armas a utilizar en el género. Su compañero de armas y colaborador habitual en muchas ocasiones, el tristemente desaparecido Mike Wieringo, le acompaña también aquí, con un estilo próximo al cartoon capaz de brillar al máximo en las escenas cotidianas de tratamiento de personajes y hacerse espectacular en las fabulosas situaciones en las que acaba envuelto el equipo.
“Los 4 Fantásticos no son superhéroes, sino Imaginautas”, proclamaba Waid en el discurso ante Marvel con el que consiguió el trabajo de guionista fijo de la serie. Es esa nueva y maravillosa palabra, la de Imaginautas, la que mejor define y ejemplifica estos episodios. No basta ya con llevar a los héroes a exóticos lugares, como el Himalaya, la jungla africana o la Luna, que tantas veces visitaran en otros tiempos. En el siglo XXI, el mundo se ha hecho demasiado pequeño para ellos: hay que ir aun más lejos, hasta donde no se ha aventurado ningún hombre, y tampoco ningún otro tebeo. A la hora de escribir la serie, Waid echaba la vista atrás para descubrir que demasiados autores habían tratado de repetir los éxitos del ayer mediante historias que no hacían sino reiterar tramas o personajes ya conocidos: el público había leído ya mil y un encuentros con el Doctor Muerte o Galactus que se parecían demasiado entre ellos.
Frente a eso, el nuevo guionista opta por quedarse con el espíritu que animara la cabecera en sus orígenes, para readaptarlo a la época actual. Su objetivo es que, en cada episodio, como ocurría en los tiempos de Stan y Jack, haya una nueva sorpresa, y sin que por ello sea necesario alterar la idiosincrasia de unos personajes tan ricos y complejos que, medio siglo después de su nacimiento, todavía tienen mucho que ofrecer. De esta manera, los dos primeros capítulos de este volumen contienen interesantes revelaciones sobre nuestros protagonistas, mientras que entre el tercero y el quinto se presenta a un nuevo villano, uno de los más sorprendentes y originales a los que se haya enfrentado jamás el grupo, y que ejemplifica mejor que ninguno la clase de amenazas con las que deben luchar.
El volumen se completa con una breve saga de dos números, en la que Wieringo cede los lápices a Mark Buckhingham, otro excelente artista especialmente dotado para la comedia de situación, cuyos recursos Waid aprovecha al máximo. Se suma, por último, una historia autoconclusiva protagonizada por La Cosa, en la que Karl Kesel y Stuart Immonen desvelan importantes detalles sobre el pasado de Ben Grimm.
Todos estos relatos conforman un perfecto ejemplo de la singularidad que ofrecen Los 4 Fantásticos, a los que Mark Waid definió con unas palabras que no podían ser más certeras: “Un equipo, y también una familia, de aventureros, exploradores e Imaginautas, que lleva una vida tan ordinaria… como extraordinaria”.

Texto: Julián M. Clemente