Hellboy y Mignola

Estatuas, bustos, figuras y dibujos de Hellboy captan la atención en un salón estilo gótico lleno de libros, muchos de ellos de Sherlock Holmes, y de cuyas paredes cuelgan originales de Jack Kirby, Frank Frazzetta, Moebius y Richard Corben, sus ídolos en el mundo del cómic. "Son autores que sólo verlos te animan a dibujar", comenta Mignola. Su rostro, de blancura casi traslúcida, delata el tiempo que pasa delante de una mesa de dibujo. "Es todo lo que hago".
La tremenda figura de Guillermo del Toro, imponente en cuerpo e intelecto, oculta al verdadero talento de Hellboy, ese hombre tan pequeño como transparente que es Mike Mignola. "Siempre se olvidan de mí pero tampoco me importa tanto". Al director mexicano le gusta presumir de ser Hellboy, el antihéroe de Hollywood salido del mundo del cómic, pero Mignola se siente satisfecho sabiéndose el auténtico padre de la criatura. Él concibió este monstruo mitad héroe mitad diablo hace unos 15 años a base de tinta, papel y un cóctel de cuentos mitológicos. Del Toro les dio carne y hueso primero en 2004 y ahora con Hellboy II: el ejército dorado, que el pasado fin de semana, el de su estreno en España, se puso en primer lugar de la taquilla con casi dos millones de euros. "Su Hellboy mantiene el espíritu, aunque si corrigiera todas las incoherencias de su creación me volvería loco", añade, purista. "Por eso prefiero ver la película como el filme de otro. Mis personajes pertenecen a otro universo".
No lo dice como crítica porque ha trabajado codo con codo en ambas producciones junto a Del Toro y está encantado de poderle dar palmadas en la espalda al actor Ron Perlman maquillado como Hellboy, los cuernos afeitados y un pecho rojo como un pedernal asomándose por su gabardina sin atar. "Es tan extraño y fascinante ver a tu personaje hecho carne y hueso", añade. A Mignola le chirría más el amor de Hellboy por las cervezas o su interés romántico por Liz Sherman (Selma Blair). "Por eso digo que ese infierno pertenece a Guillermo", recalca el artista.
Mignola comenzó a dibujar a principios de los ochenta. Entonces era un lápiz de alquiler en la industria del cómic estadounidense, donde los superhéroes pasan de mano en mano. Más cercano al tebeo de autor europeo y deseoso de dibujar monstruos, Mignola decidió inventarse su propia criatura: así nació Hellboy, el investigador más grande (en todos los sentidos) dedicado a actividades paranormales. Humor y horror, formas y sombras se aunaron en los tebeos de Hellboy, una obra que Mignola sigue considerando "la mejor muestra de mi arte" y a los que dedica "el 90%" de su tiempo. "Me maravilla lo mucho que sigo queriéndole. Trabajo en otras cosas, pero en cuanto traslado esas otras ideas al universo de Hellboy funcionan mucho mejor", comenta. En su opinión, aún le quedan otros 15 años por delante hasta que acabe con esta saga, al menos en el mundo del cómic.
Mientras, el cine llama cada vez más fuerte a su puerta. Mignola realizó el storyboard para el Drácula de Francis Ford Coppola y fue diseñador de producción de Atlantis. Además, trabajó como asesor gráfico en Blade II, donde coincidió por primera vez con Del Toro. Admira del realizador ese toque "infantil" que trae a sus historias y su riqueza visual. "Guillermo asegura que funciona igual en Hollywood que en Europa. Pero yo sigo viendo una sensibilidad diferente cuando trabaja en castellano o para Estados Unidos". En cualquier caso, Mignola, que califica al mexicano de amigo, ha rechazado su última oferta de trabajo. Por orgullo personal. "Una semana de colaboración en El hobbit es una semana menos para mis historietas, y yo prefiero emplearla en mi estudio. Todos sabemos que el 80%, como poco, de lo que haces en cine nadie lo verá nunca".
Enamorado de pintores como Van Gogh, Edward Hopper o Goya, Mignola prefiere acercarse al cine como espectador. Sus clásicos favoritos son La novia de Frankenstein, Domingo negro, La bella y la bestia de Cocteau o Nosferatu y Fausto, de Murnau. Y se alegra de lo que el cine ha supuesto para el mundo del cómic, un arte en peligro de extinción hasta que Hollywood se interesó por el medio. "Un arma de dos filos. Aunque ahora las editoriales se atreven a publicar más cosas a la espera de vender sus derechos al cine, también hay muchos cómics cuya única meta es convertirse en películas. Y es difícil hacer algo tan excitante como un largometraje", suspira dispuesto a volver a ocultarse tras su tablero. Fuente: El País.